Te aparecés siempre en el momento exacto, más o menos (o más recientemente) cada veinte meses. Te quedás un rato y después te vas callado. Me dejás libros con olor a fruta mañanera, la madera del piso encerada y un reguero de camisas de ir al gimnasio. La bici parqueada al frente y las tareas de domingo a medio hacer.
Llegás siempre cuando urgen versos y lentes. Te vas siempre sin saber lo bien que me hacés.
Lavo las camisas, como fruta con yogurt y miel, pedaleo lejos mientras arranca el bus en que te vas. No borro ni tu número de celular, porque sé bien que al rato regresás.
Con vos yo siempre quise.
No. Nunca me nació contarte. En la de menos y no volvías más.
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