viernes, 22 de abril de 2016

Eric

Hace siete meses y diez días mi mejor amigo, el hombre de mis sueños, mi alma gemela, el amor de mi vida, se fue.
Se lo llevó un virus maldito, una pesadilla contagiosa.
Yo sigo inmóvil.
Doscientos trece días de puras pesadillas, de encontrarme vacíos en el pecho que jamás podré llenar y palabras que ya no puedo decir. Doscientos trece días de conversaciones diarias unilaterales, de fotos colgadas.
La cobija a cuadros que heredé de Eric me abraza cada noche, y no basta. Nada basta. Los olores, los sonidos y el vacío me inmovilizan, y de a poco, me gastan la piel y las lágrimas.
Y pienso que si me viera, retumbarían en las paredes las palabras: "Zorra, ya. Mae, ni que te hubieras muerto vos. Levantate y vivíte la vida que yo no pude. Caminá y paseá al perro, ligate a todos los maes guapos, fumáte ese puro, salí a bailar. Es en serio, ya, andate a bailar, breath and talk it, life, all in.".

"Tenés que pausar y take it all in", fue el último mensaje que recibi de él, inmediatamente luego de enviarle una foto de la puerta de Buchenwald, el 30 de agosto.
"Jeden das Seine", decían las puertas malditas. Y no, porque nada existe si no se comparte.
Y retomar este blog, pasados los años.