El chiquillo flaco y desgreñado que en el día de los abrazos no supo qué hacer, que lloró de miedo (antes de huir) cuando se supo amado. El nene que se pasó la vida entera sin razones suficientes, caminando por inercia. El que buscaba agujeritos que atravesar en las nubes y esperaba (sin buscarlo) algo que le diera sentido a todo aquello que no lo tiene. El que leía sin imaginar colores. El que nunca se atrevió a descubrir a qué olía el pecho de aquella tipa pelirroja.
Bajo las llantas de un bus se le acabaron las quejas, los dolores infitamente infinitos y los abrazos no dados. Sin lágrimas.